José Luis Guarino

MAROSA Y LA EDAD MARAVILLOSA

Por José Luis Guarino

Un reportaje realizado a Marosa y publicado en el Diario El Pueblo el 18 de agosto de 1990, en una de sus visitas a Salto, arroja luz sobre el germen de su poesía, y la fuente inagotable de su inspiración: «Mi pequeño mundo fue San Antonio Chico…las cercanías del Hipódromo… los naranjales, las plantaciones de frutillas, jardines, gladiolos…»


La niña, en el sencillo y austero ámbito físico y familiar, vivió con naturalidad su infancia, junto a sus seres queridos y un entorno de plantas, flores, animalitos, y ella con su fantasía reinaba sobre las cosas, las transformaba, tenía poder sobre ellas. Y de esa realidad y fantasía, los seres y las cosas pasaron sin violencia a su literatura.
«La imagen de un gladiolo, por ejemplo, los había por miles, rosados, blancos, rojos, Yo digo en un poema que ellos me acompañaban a la escuela…era literalmente cierto…Las liebres…eran habitantes de ese mundo…»
Es cierto que la vida la llevó por otros lugares. Pero su radicación en Montevideo no borró sus recuerdos: «Mis familiares más próximos y mi actividad, están ahora en Montevideo…Mis colegas, editores, etc., son a la vez mis amigos…Todos, desde que vine, me trataron muy bien.»
Pero, arrancándole palabras al alma, añadió: «Pero Salto… Salto está siempre vivo en mí. Es un lugar, puro, perfecto, como un rosal a lo lejos, el Materno Santuario.»
Respecto a si volvería a visitar su paisaje de la infancia, sin temor a los cambios, respondió: «No. No hay cambios. Pienso ir y mirar. Esté como esté, va a vibrar lo mismo en mí y a latir de nuevo. Yo no temo esa imposible destrucción.»
Y en otro pasaje del mismo reportaje, respondiendo al por qué esa fidelidad a sus recuerdos: «Las cosas del presente, yo las imbrico sin proponérmelo en el pasado. Lo de ahora se entrecruza con lo de antes, sin querer se produce una urdimbre. Además, la infancia es maravillosa, las otras edades no… Yo no me aferro a nada. En mí hay una niña adulta. Desde chica vi todo y entendí todo lo que me rodeaba. El niño es así. El niño es un adulto.»
Leonardo Garet, afirma en forma contundente en El milgro incesante-Vida y obra de Marosa di Giorgio: «Puede decirse, definitivamente, que desde su primer libro se instaló en una dimensión de maravillas, pero propia, no de Lewis Carroll, con Marosa, y no con Alicia.»
«Vi todo», nos decía la poeta. Es decir, lo que el ojo ve, y lo que está más allá de los ojos. Lo que percibe con su fecunda fantasía, con sus sueños y premoniciones. Por eso su creación poética abarca lo visible y lo invisible: visibilium omnium et invisibilium como se reza en el Símbolo de Nicea.
Esa mirada que no se detiene en las apariencias, y que el poeta Jorge Arbeleche definió de manera iluminadora en el poema “Canción” de su poemario “La Sagrada Familia”:

«…porque era difícil y era fácil el ojo de Marosa
miraba las cosas desde atrás y de costado
desde arriba y desde abajo las miraba
como nosotros miramos los noches y los días…»

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