Biografía



Vida




por Leonardo Garet

Una sacerdotisa en el altar



La imagen en el espejo

Las biografías poéticas y anecdóticas tienden a eliminar distancias, se confunden en una propuesta que es como otro tejido en el plano profundo de la página. Marosa es la que transitó determinadas calles porque sus pasos se sienten en el papel y las criaturas de sus poemas la acompañan y se le caen diademas al ritmo de su paso. El presente ejercicio de superponer una Marosa histórica a otra enteramente formada por ella misma, puede parecer del todo innecesario. En efecto, nada mejor para describir su infancia que un poema con ese motivo, nada mejor que para hablar del lugar “real” de la chacra de su abuelo, que el El mar de Amelia 33, por ejemplo, pero esta superposición nos trae la comprobación asombrosa de esa coincidencia, mostrando irrefutablemente, que estamos en presencia, como pocas veces en la historia del arte, de alguien que vivió su propia obra y escribió su propia vida. Aunque en su caso se trate –otra vez- de escribir sus propios sueños.


Marosa di Giorgio, un ser humano magnífico

En  las reuniones de la más diversa índole, Marosa era el centro natural de gravitación por su personalidad avasallante, aún siendo retraída; se imponía su voz baja pero perfectamente audible, su particular modo de vestirse, de maquillarse, de estar. La conversación y las miradas giraban  a su alrededor y ella permanecía buena parte del tiempo en silencio. Sus expresiones precisas, personales, comprensivas, cultas, chispeantes, demostraban que, a pesar de parecer ausente, estaba perfectamente al tanto de lo que se estaba tratando. Jamás buscaba sobresalir. No le gustaba ejercer protagonismo de ningún tipo y la ganaba el mutismo cuando una mesa de café se volvía un poco extendida. Le gustaba el diálogo mano a mano, casi secreto, propicio a la confidencia importante, el razonamiento justo, la búsqueda de la comprensión profunda. Preguntaba y se asombraba con facilidad, porque la vida era para ella un incesante milagro. Creo que no es posible mayor capacidad de enriquecimiento espiritual que con el contacto que se podía tener con Marosa. Pero así como tenía condescendencia hacia todas las situaciones humanas no podía transigir con la mediocridad literaria. Un silencio absoluto la envolvía cuando se trataba de opinar sobre un texto que no era de su agrado. Era de una intuición certera y profunda. Sabía las distancias entre la autenticidad y el éxito, y entre éste y la honestidad intelectual. Prefería siempre la mesa del café a la académica y abordaba con la misma naturalidad e interés los pequeños temas y los trascendentes. (descargar archivo adjunto con la biografía completa)

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